Violencia de género: una visión desde la psicología
Por Virginia Pérez García
Para entender este fenómeno, habría que hacer un viaje en el tiempo y mirar con otros ojos, unos ojos que miren desde otra perspectiva, que empaticen con la realidad que han vivido las mujeres durante toda la historia de la humanidad: niñas y mujeres que vivieron en diferentes épocas históricas, en diferentes países, en diferentes continentes, pero todas ellas con un denominador común, la violencia contra la mujer, ejercida por hombres, por el único motivo de que eran mujeres, violencia que se desarrolla en un marco de desigualdad, justificada por una supuesta inferioridad de las mujeres a nivel físico, intelectual o moral.
El origen podría explicarse si diferenciamos entre sexo y género, sexo entendido como características biológicas diferentes por el hecho de ser hombres o mujeres, y género como conjunto de características diferentes que cada sociedad asigna a hombres y a mujeres.
Cabría preguntarse entonces ¿somos iguales o diferentes mujeres y hombres? en desarrollar aptitudes como el razonamiento abstracto o verbal; tenemos destrezas diferentes a la hora de conducir, de enseñar de una determinada manera o de saber cocinar.
¿El género nos convierte en seres más capaces para trabajar, estudiar, cuidar a otros o ganar dinero?
¿O determina características/rasgos como la fuerza, la sabiduría o la capacidad de liderazgo?
Y si nos preguntamos si se tienen más ventajas por el hecho de ser hombre o mujer.
La pregunta, lamentablemente, es sí; los hombres históricamente han tenido más ventajas desde niños por el hecho de ser hombres, cuando si nos ceñimos a la definición de igualdad de la Real Academia de la Lengua Española, hombres y mujeres podríamos ser considerados iguales porque idéntica es nuestra naturaleza.
Pero sucede que no ha sido así, que nos tenemos que remontar a la civilización griega donde consideraban a la mujer inferior al varón, y considerar un momento histórico en el que se pone fin a la existencia de los matriarcados, siendo ésta una sociedad profundamente patriarcal.
A partir de ese momento fueron miles de años de historia en la que la mujer fue considerada inferior, y la desventaja es grande, si la comparamos con los años en los que se ha empezado a luchar por los derechos de las mujeres.
A finales del siglo XIX aparece el movimiento sufragista, movimiento de reforma social, que impulsó el derecho de las mujeres a votar, que fue considerado el primer movimiento feminista.
A partir de 1979, desde la ONU se habla de discriminación contra la mujer, y se crea la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer.
En 1993, la Asamblea General de Naciones Unidas creó la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Esto propició que se empezara a reconocer a nivel internacional que la mujer sufría discriminación y violencia por el mero hecho de ser mujer.
En España, un hito importante supone la Ley Orgánica 1/2004 de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la violencia de género en el ámbito español.
La Asamblea General de Naciones Unidas estableció una definición de violencia de género:
“Todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública o privada.”
La violencia contra la mujer persiste en todos los países del mundo; las estadísticas que año tras año arrojan cifras escalofriantes nos hablan de un fenómeno que supone una violación generalizada de los derechos humanos, y uno de los obstáculos principales para lograr la igualdad de género.
Las estadísticas, la desigualdad entre hombres y mujeres, las múltiples formas de violencia contra la mujer han llevado a reconocer este fenómeno como real, de carácter mundial y sistémico.
Los tipos de violencia contra la mujer que podemos diferenciar son:
. Violencia física: acciones que dañan físicamente a la mujer (daño físico, lesiones).
. Violencia psicológica: acciones que dañan emocionalmente a la víctima y que busca como objetivos: anularla, aterrarla, intimidarla.
. Violencia sexual: conductas dirigidas a obligar a la mujer a realizar una conducta sexual que no desea (agresión sexual, violación, acoso).
. Violencia social: acciones dirigidas a aislar a la víctima.
. Violencia económica, acciones dirigidas a debilitar económicamente a la víctima para hacerla dependiente del agresor.
. Violencia vicaria: acciones dirigidas a ejercer impacto psicológico en la víctima a través de sus hijos e hijas.
. Violencia estructural: negación de la satisfacción de las necesidades humanas básicas, por parte de las diferentes estructuras sociales.
Para abordar la violencia de género, lo haré analizando la evolución de las conductas violentas observando el proceso de la violencia desde una metáfora, “el iceberg”, y desde la teoría que Leonor Walker (1979-1981) a través de su investigación, donde analizó, desde la narración que hacían las mujeres que habían pasado por una relación de malos tratos, los puntos comunes a todas las narraciones, y propuso una teoría, vigente en la actualidad, que llamó el “ciclo de la violencia”.
La tipología de conductas violentas que puede infringir un hombre hacia una mujer comienzan desde la parte invisible de la violencia, desde la metáfora del iceberg (lo que no se puede ver), corresponderían a lenguaje sexista, micromachismos, humor sexista, toda la cultura machista en la que se han educado estos hombres que no ven a la mujer en una relación igualitaria; también corresponden a la parte invisible del iceberg, conductas que pretenden controlar, humillar, despreciar, y culpabilizar a la víctima; en este punto, el hombre, el maltratador, ya ha iniciado la manipulación a la víctima, para obtener el control sobre ella; y se acerca a la parte visible del iceberg y de la violencia, en esta parte, los comportamientos, las actitudes del agresor, son observables, se han convertido en agresiones, abusos, amenazas, gritos, finalmente el pico de la pirámide sería el asesinato de la víctima.
La teoría de Leonor Walker definió un ciclo con tres fases a partir de las experiencias recogidas de los testimonios de muchas mujeres que habían vivido relaciones de malos tratos.
La Fase 1 es la fase o etapa de Luna de miel; el agresor en esta etapa muestra una imagen positiva de sí mismo, intenta agradar a la mujer, mostrar lo que ella quiere ver, la agasaja, muestra una conducta cariñosa, mostrando un enorme interés en ella.
La Fase 2 o etapa de acumulación de tensión: la tensión va ascendiendo de manera gradual; el agresor profiere a la víctima insultos, malas caras, hostilidad, pero sin que desemboque en agresividad. Normalmente, las mujeres tratan de compensar estas conductas para que no escale la violencia, justifican al agresor.
La Fase 3 o etapa de explosión o liberación de tensión, donde se producen los actos violentos; el agresor ejecuta las conductas violentas, física, psicológica, sexual, social.
Cuando el agresor ejecuta la conducta violenta, siente alivio, se siente más tranquilo, y ante el temor de quedarse en esta fase y perder el control sobre la mujer, vuelve a la fase 1 o etapa de la luna de miel, y así se repite el ciclo de la violencia de manera cíclica. Cuanto más se repite el ciclo, más se debilita a la víctima, más fuerte se convierte el agresor y más difícil es que la mujer salga de la relación de violencia.
¿Cómo lo hacen? Las cuatro etapas del maltratador en una relación
1.-Comienzan por el engaño: en un primer momento, en la etapa del enamoramiento, seducen a la víctima; todo es positivo, es difícil separar, diferenciar entre lo que es sano y lo que no lo es. El comienzo de la relación, aunque se muevan por motivaciones diferentes, es parecido al inicio de una relación “normal”; se esfuerzan por parecer la pareja “ideal”.
2.- Después se ocupan de debilitar a la víctima: necesitan ir generando un sentimiento de inferioridad, tienen que ir haciendo sentir a la víctima en un plano de inferioridad, necesitan ejercer control y dominio; para ello la aíslan, debilitan su autoestima (la hacen creer que no es capaz, inteligente…), la mujer se siente insegura, es dependiente del agresor, vive controlada en su casa por el agresor.
3.- Y en esa situación se ocupan de culpar a la víctima: cuando la víctima ya está debilitada, es fácil culpabilizarla de todo (hace las cosas mal en la relación), si la víctima duda, exige, reclama, el agresor la culpa, y esa culpa se convertirá en un lastre que costará trabajo y esfuerzo superar.
4.- En ese momento aparece el recrudecimiento de la violencia: cuando el agresor ha conseguido tener a la víctima debilitada, en un plano desigual, sin círculo social o familiar que pueda acudir en su ayuda, aparecen las conductas violentas (ella cree que es la culpable de estas conductas violentas), aparece la explosión de su ira, y la mujer ya no se puede defender.
Para finalizar esta aproximación a la violencia de género desde la psicología, me gustaría hacerlo porque así lo aprendí de Olga Barroso. Como tantas otras cosas, ella ha sido mi maestra y una de las mayores expertas en este campo; también ella es la voz de muchas mujeres y de sus testimonios. Ellas hablan para que podamos desmontar unos mitos que a veces nos impiden discriminar una relación de violencia de género.
MITO 1. Hay un perfil de víctima. A mí no me pasaría. “Los datos me llevaron a concluir que no existen rasgos específicos de personalidad en las mujeres que las hagan propensas a convertirse en víctimas”, Leonor Walker.
Cualquier mujer puede ser víctima, no existe un perfil. La historia, las víctimas nos cuentan que cualquier mujer, con independencia de su nivel socio-cultural, profesional, académico, con independencia de su lugar de residencia, en un momento determinado puede ser víctima de violencia de género.
MITO 2. Las relaciones de pareja son siempre contextos seguros. Este segundo mito resulta difícil de imaginar, y es mucho más doloroso y traumático para la mujer; la mujer no está preparada para la posibilidad de que la violencia proceda de su hogar. Sin embargo, los datos arrojan cifras que hablan de lo poco seguros que son a menudo los hogares.
MITO 3. Las mujeres que sufren violencia en su pareja desarrollan un comportamiento basado en la impotencia. No es cierto que las mujeres, por el único hecho de la dificultad que supone salir de una relación de violencia, adopten un comportamiento impotente. Todo lo contrario: sucede en muchas ocasiones que son mujeres valientes y con muchísimos recursos; ellas nos dan lecciones de vida.
MITO 4. Es fácil salir de una relación de violencia. No es fácil salir de una relación de violencia, normalmente pasan bastante tiempo dentro de la relación, por la relación, por la dependencia, por el ciclo de la violencia, porque pueden sentir miedo, por los sentimientos de culpa y porque hablamos de un fenómeno complejo. Las mujeres necesitan tiempo y ayuda para salir de la relación y para poder mantenerse fuera de ella.
“La mirada de una mujer maltratada no necesita palabras; mira, observa, siente. Si te detienes un instante, sus ojos te lo dicen todo”. Luisa Velasco Riego.
Para terminar, me permito la licencia, si os ha gustado este artículo, recomendaros que sigáis leyendo sobre mujeres valientes, sobre sus historias. Hay un libro, el libro de Olga Barroso “El amor no maltrata”; si tenéis el tiempo para dedicarle, estoy segura de que os emocionaréis con cada historia. Si se mira con esa mirada que necesitan esas historias, os aseguro que nada vuelve a ser igual.
Virginia Pérez García
Psicóloga
Referencias:
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