El yoga del comer: una reseña del libro de Charles Eisenstein
Por José Manuel Vázquez
Por casualidad llegó a mis manos un libro de Charles Eisenstein, un profesor de la Universidad Estatal de Pensilvania, graduado en matemáticas y filosofía, con algunos libros publicados y entre ellos “El yoga del comer”.
Mi acercamiento a los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) durante mi período de prácticas no me ha dejado en absoluto indiferente. Los trastornos del cuerpo y la identidad me parecen temas complejos que generan mucho sufrimiento. En la carrera de Psicología nos enseñan las estrategias que con mayor evidencia científica ofrecen resultados positivos en patologías concretas. También se nos informa de que el reto reside en cómo adaptar y aplicar en el terreno de la práctica clínica toda esa información. En cómo acercarse a las personas sin que la etiqueta de paciente oscurezca, tape o incapacite al ser humano que hay detrás.
En “El yoga del comer” se encuentran implícitas estas ideas y otras que me han parecido de interés recoger. Comienza prestando atención a la manera en la que ponemos nuestra confianza en autoridades externas y dejamos de confiar en nuestros cuerpos, no sólo en el comer, sino en el resto de asuntos relativos a nuestro bienestar. El autor dice que nuestra forma de comer expresa una forma de ser y de estar en el mundo; que tiramos de fuerza de voluntad para luchar contra nuestros deseos en vez de entenderlos. Explica que hay vida más allá del debería y no debería; que la auténtica voluntad realmente se alinea con los mensajes de las tripas. La verdadera disciplina no silencia nuestra comunicación con el cuerpo, sino todo lo contrario.
Según este autor, una forma de comer placentera y saludable parece más relacionada con alinear nuestras necesidades anímicas y físicas que con suprimir sin más unos hábitos rebeldes. Escuchar con atención los mensajes codificados en nuestros antojos, ansias y apetencias podría ser el comienzo del retorno al cuerpo. Según se mire, confiar de nuevo en el cuerpo parece más un salto de fe que una propuesta razonable. El yoga del comer podría revelar dimensiones placenteras y nutritivas de la vida que no imaginábamos, porque al comer, en verdad, nos alimentamos a muchos niveles diferentes.
La vida es un viaje sagrado. Habitar el cuerpo tiene el potencial de convertirse en un medio de transformación espiritual consciente. El autor afirma que el mundo moderno atraviesa una crisis de salud o, lo que es lo mismo, una crisis de espiritualidad. Sanar el cuerpo al nivel más profundo podría ser una oportunidad de reconectar con nuestro ser más íntimo. Cada bocado que le damos al mundo tiene sus matices amargos, agrios, dulces, cálidos, ásperos, oscuros, aéreos, terrosos, húmedos, secos, luminosos; todos ellos enriquecen la experiencia de estar vivos y nos hace madurar. Darnos tiempo para morder, masticar, tragar, apreciar la textura, la temperatura y la combinación de sabores en la lengua es buena estrategia para darnos un respiro en el ajetreo de ir a ninguna parte.
En el dominio de la acción buscamos esa felicidad que pertenece al reino del ser. A veces la comida sustituye carencias que no son materiales. Con el ser fragmentado tenemos un hambre inconsciente que es difícil de saciar. ¿En qué momento comer se convirtió en algo mundano y dejó de vincularnos profundamente con la salud? El autor dice que lo que comemos, en cierta medida, responde a una idea sobre nosotros. Dietas Macrobiótica, paleolítica, vegana, crudívora, ética, higiénica, marciana, ayurvédica, química, por colores, formas y sabores… Todas estas opciones son mapas útiles para explorar nuevas identidades y sus efectos. El cuerpo cambia y nosotros con él. Quizás lo que nos venía bien antes, ahora no. Será cuestión de probar y elegir.
Las dietas estrictas no son exclusivas de nuestro mundo moderno. El ascetismo, en la búsqueda de pureza y liberación del dolor, también se propone ayunos y restricciones de todo tipo. El sacrificio y la negación de lo supuestamente “malo” parece convertirnos en mejores personas. Habitar el infierno de la perfección no parece expiar nuestras culpas, sino atarnos a ellas. En la mejora continua hay un perturbador rechazo de nuestra forma genuina de ser, a la par que un anhelo por afirmar quien nunca pudimos ser. La carencia devora sin nutrir cada cosa que toca. Una forma de semi ayuno puede resultar beneficiosa durante tres meses y ser nefasta durante seis. Si la “dieta” queda conectada al dogma, las señales del cuerpo pueden pasar desapercibidas hasta que el desequilibrio exprese su peor cara.
Podría ser que comemos más en la medida que disfrutamos menos. Si estamos malnutridos, espiritual y físicamente, querremos más cantidad e intensidad. El sabor, igual que el color, es el resultado bioquímico de los nutrientes que posee el alimento. Los saborizantes y colorantes son la cosmética de la alimentación. Colocarnos por encima de la naturaleza y concebir la idea de mejorarla podría ser una de las causas de nuestros padecimientos.
Comer, no comer, o qué comer, a veces se convierte en el último gesto posible para defender la soberanía independiente de nuestros cuerpos. En cierta manera refleja nuestra falta de recursos ante la vida y es ahí en donde la psicología, y un buen terapeuta, tienen mucho que aportar.
José Manuel Vázquez
Psicólogo
Referencias:
- Eisenstein, C. (2003). El yoga del comer. Trascender las dietas y los dogmas para nutrir al ser natural. Acanto.
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